miércoles, 24 de marzo de 2010

Lectura de poemas de Miguel Gómez Yebra



El pasado viernes, 19 de marzo, nos visitó el poeta y novelista Miguel Gómez Yebra, quien nos recitó algunos de sus poemas. Aquí tenéis dos de ellos.






MUSEO
Todavía el museo exhibe sus cadáveres
ante ojos infantiles que beben el otoño
modelado sin prisa por leal taxidermia.
Las vitrinas y estantes acogen al silencio,
un gesto interminable, unos ojos sin lágrimas,
el latín reivindica sus blancas etiquetas
que asombran a los niños, que asombran a los fósiles
con sus sílabas muertas. El aire nos rescata
estratos primigenios más allá de la historia
olor a pleistoceno, rancio aroma sin nombre
que todos los presentes, sin recordar, recuerdan.
Es como un vía crucis que ofician los maestros
repitiendo las frases de la última visita
junto al lince que pierde poco a poco el color.
Y se descubre fuera un mediodía inédito:
por estrenar el mundo, por estrenar la vida
por estrenar los labios en un tímido beso
que inaugure el futuro disfrazando latidos
con palabras de amor, con efímeros tópicos
con sonrisas que sellan susurros en el alma.
Si hojeas tu memoria no hallarás el crepúsculo,
versos inacabados serán la tentación
para sentarte a solas y escribir un poema.
Disfruta del olvido, invítate al presente
¿no ves que ya el retrato oval de tonos sepias
perdió la silueta de un abuelo posible?,
¿no ves que ya los sueños dejaron de ser sueños,
que ya no reconoces la ilusión de otros días?
Sal del museo oscuro y enfréntate a tu voz,
no suena como siempre pero suena a ti mismo
en una lengua viva por vivir en tu boca,
destruye ese universo disecado en tus venas
como un espejo turbio que te devuelve a otro.
Detrás del horizonte ya sabes que te espera
fiel, pero imprevisible, un horizonte nuevo.


AMIGO
Sé que un abecedario mínimo del silencio
no se aprende en escuelas ni con nuevos amigos,
un temblor, una duda, el desacuerdo implícito
asomando en la curva de una sonrisa incómoda
es lenguaje común de almas ya superpuestas
de recuerdos prestados, de emociones que habitan
las tardes que nos vieron compartir nuestras sombras.
No faltan las palabras, es que ya se dijeron
como bandas sonoras de muecas infantiles
de párpados cerrados un instante infinito
de tristeza fluyendo por pupilas con diámetros
capaces de engullir mi improbable alegría.
Las aceras no guardan los pasos paralelos
que dábamos entonces, ni el olor del café
en la esquina de siempre, ni aquellas carcajadas
ahuyentando el invierno en la voz de un mendigo.
Algo de lo que somos los dos nos lo debemos
y nadie más podría crecer junto a nosotros,
la historia se repite pero años como aquellos
no volverán a hacernos dos hombres nuevamente.
Y por las mismas calles pasean otros niños
contándose sus vidas al borde del crepúsculo,
de pronto, se revelan para mí sus miradas
y aparecen los sueños que fueron antes míos
como el aire vibrando con sílabas presentes
pero ya pronunciadas por mil generaciones.
Seré como yo quise aunque llegue la noche
y tal vez reconozca constelaciones viejas
pretéritos tesoros que escondí sin saberlo
y al brillar me torturan como versos perdidos

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